TIEMPO LIBRE: UNA APROXIMACIÓN A SU CONCEPTO.
TIEMPO LIBRE Y OCIO: ¿LIBERTAD O
PERMISO?
En
el ámbito de las prácticas sociales, el tema del ocio o del tiempo libre es uno
de los más discutidos y arbitrariamente definidos. Podríamos afirmar que existen
tantas definiciones como autores se han referido a ellos. Es por lo menos
curioso que en algunos países o idiomas se hable de ocio (loisirs, leisure,
lazer) en tanto que en otros se hace referencia al tiempo libre (en eslavo,
italiano, etc.).
¿Cuál es el motivo de la diversidad?
Para algunos, la variable central pasa por la objetividad o la subjetividad,
por el sentimiento íntimo de libertad o por el ejercicio concreto y verificable
de acciones que implican el compromiso con la realidad; tal suele ser el
enfoque de los que se acercan desde la filosofía.
Para otros, el territorio se
circunscribe a definir la polaridad trabajo-ocio: cuando trabajo no estoy
ocioso, con lo cual el ocio se convierte en el residuo necesario de la
actividad productiva; en esta concepción se inscriben centralmente algunos
sociólogos.
También pueden encontrarse
aproximaciones desde el psicoanálisis, la psicología social y la pedagogía con
sus particulares enfoques, algunos de los cuales serán bosquejados más
adelante.
Para el sentido común, el análisis
pasa más por definir las actividades para ese tiempo vacío de obligaciones que
en pensar por qué trabajamos o cómo se concibe el trabajo.
Es que el fenómeno al que aluden
tales prácticas sociales (el ocio) como del tiempo en el cual transcurren (el
tiempo libre) no le pertenece a ninguna disciplina en particular. Ninguna
ciencia puede arrogarse la definición
última o absoluta. Sólo con una visión más amplia y colectiva será posible
acercarse a la esencia –y no solamente a su aspecto fáctico- de este ámbito del
conocimiento.
Así, las tertulias entre amigos, el
turismo de todo tipo, el escultismo, el deporte, los “hobbies”, las colonias de
vacaciones, los juegos, el observar el atardecer, la fotografía, el mirar
televisión, el pasear, etc., integran este complejo conjunto de acciones que se
caracteriza por no ser obligatoriamente realizados. La voluntad, el placer, la
libertad, parecerían ser –o compartir- su esencia.
El objetivo de este trabajo no será
el de intentar llegar a conclusiones definitivas, inútiles por otra parte
frente al acelerado cambio social, político y tecnológico de nuestros días.
Pretende explicitar posiciones, abrir caminos, mostrar contradicciones; en
síntesis, preguntarse más que afirmar; reflexionar más que adherir. Y sobre
todo, generar interrogantes para continuar el análisis.
ALGUNOS ASPECTOS HISTÓRICOS
Se suele plantear que el ocio es
hijo del industrialismo. Sin embargo, y frente a esta aproximación, podemos
apreciar que el fenómeno en sí ocupa toda la historia de la humanidad.
En el caso de los griegos, su
concepción axiológica indicaba que el ideal de hombre estaba allí donde se
practicara la contemplación -no el afán utilitario- de la sabiduría: la bondad,
la belleza y la verdad. Esto era la “skholé” como un estado de paz y
contemplación creadora –dedicada a la “theoría”- en que se sumía el espíritu.
Lo que hoy algunos moralistas victorianos denominan “no hacer nada”, era
justamente su oposición. Debe quedar claro que para dedicarse al acceso a la
sabiduría (por parte de algunos) su organización social contenía el trabajo
esclavo que generaba las bases materiales (por parte de la mayoría). El ser
libre como hombre implicaba dedicarse al ocio.
Aristóteles en particular, planteaba
que la “skholé” era un fin en sí mismo, un ideal de vida, cuya antítesis es el
trabajo como actividad servil. En síntesis, es trabajo es el medio; el ocio, el
fin.
En nuestros días esta posición
contemplativa no goza de demasiados adeptos en el mundo occidental. Sin embargo,
autores como De Grazia[1] y
Pieper[2] intentan en sus sesudos análisis
retrotraerse, de alguna forma, a esta visión elitista del ocio.
Entre los romanos encontramos el
“otium”, el tiempo de descanso del cuerpo y recreación del espíritu, necesario
para volver a las actividades cotidianas. El ocio consiste en no trabajar y,
junto con el “nec-otium” conforman al hombre completo. Esta formulación
dicotómica de la relación entre el hombre y el tiempo se ratifica hoy en plena
sociedad industrial -¿o postindustrial?-. Aparecen las actividades ociosas
populares que enfatizaban la diversión y eran organizadas por las minorías
gobernantes como modo de control social. Estas minorías no se compartían el
ocio plebeyo sino que mantenían la contemplación al estilo griego como su valor
intrínseco. Se da un doble significado –y ejercicio de él- del mismo término
según quién lo ejerza.
Es, con algunas diferencias, la
concepción histórica del ocio que más se acerca a la actualidad en cuanto a su
uso corriente: se descansa o se divierte como medio de recuperación física y
mental, como forma de evasión social o para trabajar más y mejor. El ocio se
halla convertido en un medio.
En el Medioevo y los albores del
Renacimiento, junto con el ocio como medio de descanso y fiesta organizado por la Iglesia y el señor feudal
para los siervos, aparece en los sectores dominantes un nuevo carácter: no es
ya la contemplación la esencia y fin sino la actitud exhibicionista. Al igual
que los griegos, estos sectores negaban el trabajo como valor en sí mismo y
dedicaban su tiempo a la guerra, al deporte y las prolongadas fiestas, etc.,
pero ostentando su capacidad de hacerlo. El ocio significaba pasar el tiempo
sin hacer nada productivo –por el carácter de indignidad que conllevaba el
trabajo- además de demostrar la capacidad pecuniaria. La característica de
gastar el tiempo en exhibir el ocio se da hoy en algunos sectores de elevado
nivel de ingresos y ha sido magníficamente descripta desde fines del siglo
pasado por T. Veblen[3]: “…la vida del caballero ocioso no se vive en
su totalidad ante los ojos de los espectadores a los que hay que impresionar
con ese espectáculo del ocio honorífico en que, según el esquema ideal,
consiste su vida. Alguna parte de su vida está oculta a los ojos del público y
el caballero ocioso tiene que poder dar –en gracia a su buen nombre- cuenta
convincente de ese tiempo vivido en privado. Tiene que encontrar medios de
poner de manifiesto el ocio que no ha vivido a la vista de los espectadores”.
Un giro radical se desarrolla a
partir del siglo XVII con el avance de la ética calvinista en particular y
protestante en general: la consolidación del capitalismo. El ocio será
anatematizado como grave vicio personal y social ya que implica no sólo el
no-trabajo sino también el anti-trabajo. El tiempo libre se convierte en un
tiempo condenable a los ojos de Dios; se entiende como pecado el placer, el
juego, las distracciones. Se rescata del Génesis la noción de la necesidad del
trabajo como forma de expiación del pecado original. Señala Ambrosio Donini [4]: “Por
haber gustado el fruto del árbol de la vida que hacía a los hombres semejantes
a los dioses (Génesis III, 22) Adán fue expulsado del Edén, jardín de la
felicidad que figura en las leyendas de casi todos los pueblos, y castigado con
la obligación de trabajar. La sentencia decía: de ahora en adelante “tendrás
que trabajar la tierra de la que has sido hecho” (III, 23) y tendrás que “comer
el pan con el sudor de tu rostro” (III, 19). Con la disgregación de la
comunidad primitiva y con la aparición del régimen de la propiedad privada, las
fatigas más duras, la actividad artesanal y en general la técnica, fueron
quedando reservadas a las personas de condición servil y por eso se
consideraron como una especie de condena. En el griego clásico, el término
“bánausos” sirve para nombrar tanto al trabajador manual como a una persona
abyecta y desagradable”. El no-trabajo aparece como “la madre de todos los
vicios”
A partir de la Revolución Industrial
se multiplica la generación de bienes y aparece un creciente tiempo disponible
fuera del trabajo para las grandes masas obreras. Ahora pautado y regulado por
los propietarios de los medios de producción. También se reconoce una nueva
significación: anteriormente el ocio tenía un sentido determinado, positivo
–como en Grecia y Roma- o negativo –como en el puritanismo-. El uso
del tiempo tiene una valoración específica que otorga importancia al qué hacer con ese tiempo disponible más que al
tiempo en sí. Deberemos recordar que, según algunos autores, en la Edad Media , no menos de
un tercio de los días del año eran no laborables, centralmente, por fiestas
religiosas. Hoy, su reducción es altamente significativa.
Nos acercamos a la concepción del
ocio moderno: existe un tiempo residual que se sustrae del trabajo. Pero esa
temporalidad no tiene tanto valor en sí misma como el que ha perdido –como
valor- el trabajo. El producto de éste ya no le pertenece al que lo ha
generado: ni material ni espiritualmente. Por tanto, lo que importa no es el
ocio sino el no-trabajo, aquello que neutralice o compense la fatiga, el
aburrimiento y la alienación. El trabajo ya no implica la acción creadora y
única, el “opus”; se ha transformado en “labor”, lo repetitivo, cansador,
forzoso, aburrido. El ser humano ha perdido su unicidad, aparece dividido,
parcelado en compartimentos estancos. Y en esa división del trabajo forzada por
el modelo productivo aparecen las llamadas “industrias del ocio”, digno colofón
para negar a los hombres el acceso a su genuina libertad, ratificando su
dependencia a la producción en vez de su inversa.
“El hombre cuya vida se gasta en
seguir simples operaciones y cuyos efectos son siempre los mismos, o casi los
mismos, no tiene ocasión de ejercitar su raciocinio y de aplicar la propia
capacidad inventiva, en escoger medios, en eliminar las dificultades que nunca
se presentan. Es por esta razón que las masas laborales no pudiendo realizar su
propia personalidad en la impersonal actividad de la producción, que es para
ellos extraña, tratan su propia actividad en pro de aquello que a sus ojos
aparece como el absoluto contrario en el reino de la imposición, o sea, la
“actividad de paréntesis” de la masa que depende estrictamente del mismo
mecanismo alienante, que es la otra cara de la medalla”[5]
Un elemento de análisis al que
debemos hacer referencia para intentar comprender el sentido del ocio y del
tiempo libre es el fenómeno de la alienación: la despersonalización y
cosificación del hombre, la pérdida de su humanidad. Tal pérdida,
lamentablemente, se encuentra asimilada a lo cotidiano como si fuese una
condición humana y no la resultante de una problemática social. Así, hablamos
de la alienación de los medios de comunicación; la alienación del trabajo; la
alienación del consumo; la alienación del tiempo libre; etc.
Desde una visión idealista, como la
de Hegel, la alienación consistiría no en un hecho objetivo resultante de las
relaciones entre los hombres sino de su subjetivización. La alienación sería un
fenómeno intelectual.
Desde la óptica marxista, el
territorio de los problemas se traslada desde la idea al campo de la economía.
Lo que diferencia al hombre del resto de los seres vivos es el trabajo humano
que modifica la naturaleza; al modificar el mundo exterior se modifica a sí
mismo. A través de la producción material la naturaleza se humaniza, se
transforma en obra y realidad humana.
Pero aquí aparece el meollo del
conflicto: la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de
producción implica también la contradicción originada entre el desarrollo y
enriquecimiento de la naturaleza humana por una parte, y por la otra, la
sujeción y anulación de las fuerzas espirituales y morales del hombre en una
estructura económica centrada en la propiedad privada y, como consecuencia,
desigual. A través de esta noción de propiedad personal el hombre se
objetiviza, se cosifica para sí y se transforma en un objeto extraño e
inhumano. El hombre, como dueño de los objetos, encuentra en su posesión el
sentido de la vida.
En este punto, y siguiendo el
sentido común, podríamos afirmar que el hombre se siente libre cuando no está
trabajando, por lo que otorga a su tiempo de ocio una valoración de libertad
que en modo alguno posee.
La propia esencia del hombre se
invierte: el trabajo alienado enseña al individuo que debe producir para vivir;
así, el hombre convierte su esencia en un medio de existencia. Podríamos
sobreagregar que en esta lucha por la existencia aliena la conciencia de su
esencia, se encuentra imposibilitado de reconocerse como ser humano libre y se
entrega, desarmado, a los artífices de la industria del ocio para encontrar
placer y descanso.
Así como el proceso de producción,
el proceso de consumo también es alienado. Dice E. Fromm: “Consumir es
esencialmente satisfacer fantasías artificialmente estimuladas, una creación de
la fantasía ajena a nuestro ser real y concreto”[6].
Tales fantasías hacen que, a través de los aprendizajes generados por la
sociedad del capitalismo salvaje, requiramos de cosas que no nos hacen a
nosotros como personas concretas, sensibles, humanas, donde no participan
nuestras necesidades reales ya que han tenido que ser adormecidas o eliminadas
para que el mercado funcione; no participamos nosotros sino algo en lo que hemos sido transformado nosotros.
Una de esas cosas que se “adquiere”
como mercancía es el propio tiempo libre. Un tiempo en el que hay una
acumulación de horas de inactividad –o de pasividad- aptas para ser consumidas,
gastadas, sin más sentido que su propia anulación placentera.
Hemos señalado con insistencia al
humano. Quizás sea el momento de caracterizar su esencia, aquello que lo
diferencia de lo no humano.
La diferencia específica entre el
hombre y el animal consiste en la naturaleza intrínseca de cada uno. El animal
“está” en la naturaleza, su integración es pasiva; es solamente una forma de
esa naturaleza. Y aún en aquellos que la modifican –por ejemplo los castores-
su acción es simplemente filogenética, instintiva, implica sólo un modo de
supervivencia.
Cuando el hominídeo adquiere la
posición erecta; cuando mano, cerebro y lenguaje conjugados originan el
pensamiento, el hombre comienza a ser tal: comienza a apropiarse de la naturaleza. Así, esa actividad fuera de sí mismo
implicando intencionalidad y razón modifica la naturaleza y su propia
naturaleza: esa es su historia. Y sólo el hombre tiene y construye historia.
Tal naturaleza humana no es algo
definitivo y acabado sino que es una historia. Es una naturaleza que siendo, que
se va desarrollando, que se va construyendo.
Y aquí el rol de la formación es
primordial. Algunos educadores suelen suponer que su tarea consiste en “llenar”
esa humanidad como si la naturaleza del humano fuese un principio formal,
cerrado, inmutable, ahistórico. Afirman que deben generar conocimientos,
técnicas, destrezas; y a esas habilidades la llaman “libertad”, “libre
elección”. De este modo, lamentablemente, repiten formas humanas que cada vez
se alejan más de la verdadera libertad, de su ser libre.
Aquellos que nos abocamos al campo
de la educación –y en particular de la educación para el tiempo libre-
deberemos comprender que la naturaleza humana es producto de la conjunción
dialéctica de la evolución biológica y de los cambios históricos; su construirse
es una autoconstrucción social[7]. Por
lo tanto, nuestro rol deberá consistir en proporcionar el ámbito, los estímulos
y las condiciones para el mejor desarrollo de esa construcción, generar el
aprender a aprender, pasar de la pedagogía de la respuesta a la pedagogía de la
pregunta: no responder lo que nadie preguntó sino formar para que cada uno se
pueda preguntar y así construir-se. Brindar la posibilidad que el otro pueda
ser protagonista, artífice de su propia naturaleza. Proporcionar los instrumentos
para superar la alienación y construir su tiempo libre, su libertad en el
tiempo. En síntesis, educar para la autonomía y no para la dependencia
OCIO Y TIEMPO LIBRE I
Entre los especialistas de estos
temas se suele partir de la consideración que el ocio es la oposición a las
obligaciones, en particular las del trabajo. Y en esta dicotomía que no
considera la naturaleza humana y que ratifica la alienación, el ocio entendido
como el conjunto de las actividades realizadas en el presunto tiempo libre,
sale perdidoso. Lo que se ofrece es un tiempo residual, compensatorio,
reequilibrador y de ínfima valoración social.
Se acepta que el trabajo –y las
demás obligaciones- es mucho más importante que el tiempo de no-trabajo
denominado tiempo libre. Y es considerado más valioso independientemente de su
carácter y cualquiera sea la relación del hombre con él. Y entonces podemos
interrogarnos: ¿para qué?, ¿cuál es el sentido del ocio?
El sociólogo francés J. Dumazedier,
quizás la mayor autoridad en el tema, afirma que el ocio cumple tres funciones:
. El descanso: como reposo reparador y como
liberación psicológica de las
obligaciones;
. La diversión: como antítesis de la rutina y
la monotonía;
. El desarrollo (intelectual, artístico y
físico): se opone a los estereotipos y a las limitaciones laborales.
El mismo autor señala que esas
funciones implican una compensación a las obligaciones cotidianas. En realidad,
así entendidas, esas tres funciones sólo neutralizan las consecuencias no
deseadas producidas por el cumplimiento de las obligaciones y sólo a través de
la última podemos ingresar al ámbito de la libertad. ¿No será quizás que
debemos replantearnos esas obligaciones y su carácter para que el ocio pueda
ser autónomo? El eje del análisis de Dumazedier pasa por estar obligado o no
estarlo; pero, ¿esto es así?
En principio podemos afirmar que ese
espacio temporal, no obligatorio es, más que tiempo libre, tiempo liberado de obligaciones externas. Y, a menos que
consideremos que la libertad consiste en estar exento de obligaciones, lo único
que podemos señalar es que estamos libres
DE algo. No deberemos confundir el estar permitido (loisirs) con el estar siendo libre.
Ante la existencia real de ese
tiempo liberado aparece un sinnúmero de ofertas como las de los medios de
comunicación masivos, el bar, el club, los juegos, el cine, etc. El individuo
que se aboca a ellas, ¿lo hace libremente o el nivel de condicionamiento social
se le exige? ¿O hay una síntesis de ambos? Más aún, ¿acaso no es factible que, en
general, más que protagonista de su decisión de participar y de la propia
participación, sea un espectador de lo que hacen los otros? Y si esas
actividades a las que adhiere de buen grado son importantes, ¿importantes para
qué?; ¿importantes para quién? A modo de ejemplificación, podemos señalar que
la práctica deportiva no se ha incrementado significativamente pero sí se ha
multiplicado geométricamente la posibilidad de “ver” como otros hacen deportes.
¿LIBERTAD O PERMISO?
Al hablar de tiempo libre estamos
haciendo referencia a un valor muy caro desde lo individual mas no así desde lo
social. Pero hay, además, una noción no suficientemente discutida, analizada y,
sobre todo, concientemente vivida, como es el tema de la libertad.
En lo que sigue, intencionalmente,
se han dejado de lado muchas consideraciones filosóficas en aras de una
conceptualización eminentemente operativa.
Se la suele concebir como un estado
por el cual estamos en posibilidad de hacer –o no hacer-. Para algunos, ésta
sería la denominada libertad contingente o de indiferencia, elemento necesario
pero no suficiente para el acceso a la libertad plena. Para otros, lo expuesto
constituiría un ejercicio de la voluntad pero no de la libertad.
Frente a lo señalado es necesario
formular algunas consideraciones:
. La libertad no es un estado, no es
algo dado por alguien. No es fija e inmutable. En todo caso, esto puede ser el
enfoque desde lo legalmente aceptable, la libertad política, en la cual el
estado fija los límites y la calidad de la participación de los ciudadanos. La
libertad es una adquisición permanente, no una dádiva.
. La libertad no es la posibilidad de su ejercicio sino la
conciencia y la acción concreta. La posibilidad supone poder hacer lo permitido
–por algo o alguien- lo que de ninguna manera implica la igualdad de las
personas para poder hacerlo. La acción permitida, para lograrse, ejecutarse,
depende de múltiples variables no siempre comunes: acceso a la cultura, nivel
socioeconómico, edad, sexo, lugar de residencia, etc. Si esto es así, podemos acordar en que la
libertad no puede consistir en que alguien o algo nos permita o no nos obligue
a hacer algo. A nadie se le prohibe comer todos los días o tener su propio
techo; pero su concreción es limitada por infinitos factores.
. Es un proceso –al igual que la
naturaleza humana- que se genera constantemente y se ejecuta sobre la realidad,
realidad que incluye al propio ejecutor. Si el trabajo tiene como finalidad
modificar la naturaleza para ponerla al servicio del hombre, para liberarlo de
necesidades materiales, la libertad tiene como fin modificar al propio hombre,
ratificar y perfeccionar la naturaleza humana a través de su acción como protagonista y no como mero espectador
de las posibilidades ofrecidas. El desarrollo de la libertad constituiría el
desarrollo de la historicidad, calidad de acción exclusiva del humano.
. Es un aprendizaje que supone toma
de posición (valoración): pasar de la conciencia de reflejo –o falsa conciencia
según T. Adorno- a la conciencia crítica –al decir de P. Freire-. A
continuación de la gnosia, su praxis, su acción concreta y modificadora de la
realidad. Esta praxis puede estar constituida por un cambio efectivo sobre esa
realidad, un cambio de actitud ante ella o un
pensamiento sobre ella.
. Si bien estamos haciendo
referencia a la libertad de cada individuo, tal libertad supone una relación
permanente con los otros que la condicionan pero no la determinan. Toda
libertad es condicionada, depende de nuestra historia y de los aprendizajes vividos.
El grado en que superemos –o nos apropiemos- esas condiciones y nos hagamos
cargo de sus resultados será nuestro grado de libertad. Nadie elige su sexo, su
familia, su idioma, si llueve o no, las costumbres cotidianas, etc., pero puede
elegirlos desde la libertad.
. La libertad se opone a la
necesidad. No a aquellas necesidades mínimas, elementales o de superviviencia
comunes a cualquier ser vivo. Hablar de libertad en sectores carentes de los
mínimos derechos humanos es una burla a la inteligencia. La resolución de la
necesidad específicamente humana, su anulación, es la libertad. Pero esas
necesidades deben ser autocreadas, propias, legítimas; de lo contrario
estaríamos en territorio de la alienación como, por ejemplo, las necesidades de
consumo. El medio en el que vivimos tiende a generar, como modo de control
social, falsas necesidades (o cuasinecesidades) de las que deberemos liberarnos
para acceder a la verdadera libertad.
. El trabajo necesario no es libre.
El no-trabajo, tiempo supuestamente libre, en tanto debe anular los efectos
nocivos de su antecesor –cansancio, aburrimiento, rutina-, tampoco lo es. El
tiempo de libertad será tal cuando no sea necesario. El recreo escolar es un
buen ejemplo: no es libre, es necesario para superar la carga de aburrimiento o
cansancio de la hora de clase anterior; por el contrario, si la asignatura fue
trabajada en forma interesante, creativa, autogestiva, el recreo deja de ser
necesario. ¿No deberíamos, en el futuro, tender a lograr tiempos libres de trabajo
y tiempos de trabajo libre?
. Si la libertad es un proceso,
tiene grados desde lo más necesario a lo más libre. Podríamos afirmar que la
conducta libre se caracteriza por el predominio de la obligación interior así
como la conducta necesaria por la obligación exterior. El eje de la libertad,
entonces y a diferencia de lo planteado por Dumazedier, no es que me permitan sino que yo me permita -y me exija- a partir de mi conciencia
crítica.
OCIO Y TIEMPO LIBRE II
Siguiendo a Erich Fromm[8],
debemos señalar que la libertad se desarrolla en tanto exista el par dialéctico
libertad de y libertad para. Esto es, debo estar liberado de algo en la realidad para poder entonces liberarme para algo en la realidad. En su
acepción común, la libertad suele ser concebida, como veíamos, por su aspecto
negativo: estar libre de algo. Deberemos pensar en su concepto afirmativo:
liberarme en algo o para algo.
Es entonces que podemos entender las
conductas cotidianas como dándose en un continuo desde la necesidad hasta la
“libertad para”, pasando por el estar
“libre de”. Y, entonces, el hombre no es
libre sino que estará siendo más o
menos libre en cada momento de su existencia, según su carga de acciones
autónomas.
También entonces podemos reconocer
un tiempo libre de las necesidades y
obligaciones de la realidad y un tiempo
libre para la libertad plena como ejercicio efectivo sobre la realidad. En
su acepción común, parecería que por tiempo libre se entiende sólo el primero,
al que F. Munné [9]
denomina tiempo libre bruto, a diferencia del segundo o tiempo libre neto.
Este tiempo libre bruto tendría como
función anular los efectos generados por el desarrollo de las obligaciones
exteriores –heterocondicionamientos- y dejar abierta la posibilidad de
desarrollar necesidades autogeneradas –autocondicionamientos- Pero este avance
en el proceso hacia el mayor grado de libertad no es automático. Debe ser
desarrollado con el concurso de los agentes sociales como, por ejemplo, los
educadores, los animadores socioculturales, los recreólogos, etc. Claro que su
accionar se vería interferido por las grandes corporaciones económicas que
encontrarían diluídas sus ganancias como consecuencia de una diferente posición
–toma de conciencia- por parte de los “consumidores”. Quizás sea éste el desafío.
La libertad plena será “un tiempo de
libertad para la libertad”[10]
Ahora podremos acordar que el tiempo
libre no se opone a las obligaciones, cualesquiera que fueran. La diferencia es
que el eje de análisis ha pasado de la obligación exterior a la obligación
interior, a la necesidad autocreada. Ya no es válido contraponer tiempo ocupado
u obligatorio a tiempo libre, sino tiempo condicionado exteriormente
(necesario) a tiempo condicionado interiormente (tiempo libre). Por ello, esta
visión legaliza la existencia de trabajos (obligaciones) libres así como puede
entenderse que tiempos supuestamente libres son sólo compensadores o
consumistas.
Entonces, el problema de análisis no
es el ocio –la actividad- sino el tiempo libre –la libertad-. El ocio se transformará
en tiempo libre en tanto predomine la obligación interior por sobre los
condicionamientos exteriores, neutralizando primero y superando después la
alienación. El proceso para su logro deberá contener la concientización, la
autogestión, el protagonismo y el compromiso personal y social.
Quizás sea este el momento en que
aquellos preocupados por el destino del hombre se interroguen acerca de por qué
desde niño se enfatiza la formación para el tiempo de obligaciones exteriores
en desmedro de su educación para todo el tiempo, esencialmente el del ejercicio
pleno de su libertad.
Quizás también sea esta la instancia
para que los científicos sociales nos preguntemos menos por el qué se hace y
nos aboquemos más al por qué y para qué se hace. Aquellos que nos
interroguemos, ¿lo haremos en nuestro tiempo libre?
Lic. Pablo A. Waichman
Buenos Aires – República Argentina
[1] S. De Grazia. “Tiempo, trabajo y ocio”, Madrid,
Tecnos, 1966
[2] J. Pieper. “El ocio y la vida intelectual”,
Madrid, Rialp, 1983
[3] T. Veblen. “Teoría de la clase ociosa”,
México, FCE, 1974
[4] A. Donini. “Historia de las religiones”,
Buenos Aires, Futuro, 1961
[5] G. Totti. “Il tempo libero”, Roma, Einaudi,
1961
[6] E. Fromm. “Psicoanálisis de la sociedad
contemporánea”, Buenos Aires, Paidós, 1970
[7] Para mayor abundancia puede consultarse del
autor: “Tiempo libre y recreación. Un desafío pedagógico”, Buenos Aires, Ed.
PW, 1993. Hay versión en portugués: “Tempo livre e recreaçao”, Campinas,
Papirus, 1998.
[8] E. Fromm. “El miedo a la libertad”, Buenos
Aires, Paidós, 1961
[9] F. Munné. “Psicosociología del tiempo libre”,
México, Trillas, 1985
[10] F. Munné. Op. cit.
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