domingo, 29 de mayo de 2016

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TIEMPO LIBRE: UNA APROXIMACIÓN A SU CONCEPTO.

TIEMPO LIBRE Y OCIO: ¿LIBERTAD O PERMISO?
  


En el ámbito de las prácticas sociales, el tema del ocio o del tiempo libre es uno de los más discutidos y arbitrariamente definidos. Podríamos afirmar que existen tantas definiciones como autores se han referido a ellos. Es por lo menos curioso que en algunos países o idiomas se hable de ocio (loisirs, leisure, lazer) en tanto que en otros se hace referencia al tiempo libre (en eslavo, italiano, etc.).
            ¿Cuál es el motivo de la diversidad? Para algunos, la variable central pasa por la objetividad o la subjetividad, por el sentimiento íntimo de libertad o por el ejercicio concreto y verificable de acciones que implican el compromiso con la realidad; tal suele ser el enfoque de los que se acercan desde la filosofía.
            Para otros, el territorio se circunscribe a definir la polaridad trabajo-ocio: cuando trabajo no estoy ocioso, con lo cual el ocio se convierte en el residuo necesario de la actividad productiva; en esta concepción se inscriben centralmente algunos sociólogos.
            También pueden encontrarse aproximaciones desde el psicoanálisis, la psicología social y la pedagogía con sus particulares enfoques, algunos de los cuales serán bosquejados más adelante.
            Para el sentido común, el análisis pasa más por definir las actividades para ese tiempo vacío de obligaciones que en pensar por qué trabajamos o cómo se concibe el trabajo.
            Es que el fenómeno al que aluden tales prácticas sociales (el ocio) como del tiempo en el cual transcurren (el tiempo libre) no le pertenece a ninguna disciplina en particular. Ninguna ciencia puede  arrogarse la definición última o absoluta. Sólo con una visión más amplia y colectiva será posible acercarse a la esencia –y no solamente a su aspecto fáctico- de este ámbito del conocimiento.
            Así, las tertulias entre amigos, el turismo de todo tipo, el escultismo, el deporte, los “hobbies”, las colonias de vacaciones, los juegos, el observar el atardecer, la fotografía, el mirar televisión, el pasear, etc., integran este complejo conjunto de acciones que se caracteriza por no ser obligatoriamente realizados. La voluntad, el placer, la libertad, parecerían ser –o compartir- su esencia.
            El objetivo de este trabajo no será el de intentar llegar a conclusiones definitivas, inútiles por otra parte frente al acelerado cambio social, político y tecnológico de nuestros días. Pretende explicitar posiciones, abrir caminos, mostrar contradicciones; en síntesis, preguntarse más que afirmar; reflexionar más que adherir. Y sobre todo, generar interrogantes para continuar el análisis.


ALGUNOS ASPECTOS HISTÓRICOS

            Se suele plantear que el ocio es hijo del industrialismo. Sin embargo, y frente a esta aproximación, podemos apreciar que el fenómeno en sí ocupa toda la historia de la humanidad.
            En el caso de los griegos, su concepción axiológica indicaba que el ideal de hombre estaba allí donde se practicara la contemplación -no el afán utilitario- de la sabiduría: la bondad, la belleza y la verdad. Esto era la “skholé” como un estado de paz y contemplación creadora –dedicada a la “theoría”- en que se sumía el espíritu. Lo que hoy algunos moralistas victorianos denominan “no hacer nada”, era justamente su oposición. Debe quedar claro que para dedicarse al acceso a la sabiduría (por parte de algunos) su organización social contenía el trabajo esclavo que generaba las bases materiales (por parte de la mayoría). El ser libre como hombre implicaba dedicarse al ocio.
            Aristóteles en particular, planteaba que la “skholé” era un fin en sí mismo, un ideal de vida, cuya antítesis es el trabajo como actividad servil. En síntesis, es trabajo es el medio; el ocio, el fin.
            En nuestros días esta posición contemplativa no goza de demasiados adeptos en el mundo occidental. Sin embargo, autores como De Grazia[1] y Pieper[2]  intentan en sus sesudos análisis retrotraerse, de alguna forma, a esta visión elitista del ocio.
            Entre los romanos encontramos el “otium”, el tiempo de descanso del cuerpo y recreación del espíritu, necesario para volver a las actividades cotidianas. El ocio consiste en no trabajar y, junto con el “nec-otium” conforman al hombre completo. Esta formulación dicotómica de la relación entre el hombre y el tiempo se ratifica hoy en plena sociedad industrial -¿o postindustrial?-. Aparecen las actividades ociosas populares que enfatizaban la diversión y eran organizadas por las minorías gobernantes como modo de control social. Estas minorías no se compartían el ocio plebeyo sino que mantenían la contemplación al estilo griego como su valor intrínseco. Se da un doble significado –y ejercicio de él- del mismo término según quién lo ejerza.
            Es, con algunas diferencias, la concepción histórica del ocio que más se acerca a la actualidad en cuanto a su uso corriente: se descansa o se divierte como medio de recuperación física y mental, como forma de evasión social o para trabajar más y mejor. El ocio se halla convertido en un medio.
            En el Medioevo y los albores del Renacimiento, junto con el ocio como medio de descanso y fiesta organizado por la Iglesia y el señor feudal para los siervos, aparece en los sectores dominantes un nuevo carácter: no es ya la contemplación la esencia y fin sino la actitud exhibicionista. Al igual que los griegos, estos sectores negaban el trabajo como valor en sí mismo y dedicaban su tiempo a la guerra, al deporte y las prolongadas fiestas, etc., pero ostentando su capacidad de hacerlo. El ocio significaba pasar el tiempo sin hacer nada productivo –por el carácter de indignidad que conllevaba el trabajo- además de demostrar la capacidad pecuniaria. La característica de gastar el tiempo en exhibir el ocio se da hoy en algunos sectores de elevado nivel de ingresos y ha sido magníficamente descripta desde fines del siglo pasado por T. Veblen[3]:  “…la vida del caballero ocioso no se vive en su totalidad ante los ojos de los espectadores a los que hay que impresionar con ese espectáculo del ocio honorífico en que, según el esquema ideal, consiste su vida. Alguna parte de su vida está oculta a los ojos del público y el caballero ocioso tiene que poder dar –en gracia a su buen nombre- cuenta convincente de ese tiempo vivido en privado. Tiene que encontrar medios de poner de manifiesto el ocio que no ha vivido a la vista de los espectadores”.
            Un giro radical se desarrolla a partir del siglo XVII con el avance de la ética calvinista en particular y protestante en general: la consolidación del capitalismo. El ocio será anatematizado como grave vicio personal y social ya que implica no sólo el no-trabajo sino también el anti-trabajo. El tiempo libre se convierte en un tiempo condenable a los ojos de Dios; se entiende como pecado el placer, el juego, las distracciones. Se rescata del Génesis la noción de la necesidad del trabajo como forma de expiación del pecado original. Señala Ambrosio Donini [4]: “Por haber gustado el fruto del árbol de la vida que hacía a los hombres semejantes a los dioses (Génesis III, 22) Adán fue expulsado del Edén, jardín de la felicidad que figura en las leyendas de casi todos los pueblos, y castigado con la obligación de trabajar. La sentencia decía: de ahora en adelante “tendrás que trabajar la tierra de la que has sido hecho” (III, 23) y tendrás que “comer el pan con el sudor de tu rostro” (III, 19). Con la disgregación de la comunidad primitiva y con la aparición del régimen de la propiedad privada, las fatigas más duras, la actividad artesanal y en general la técnica, fueron quedando reservadas a las personas de condición servil y por eso se consideraron como una especie de condena. En el griego clásico, el término “bánausos” sirve para nombrar tanto al trabajador manual como a una persona abyecta y desagradable”. El no-trabajo aparece como “la madre de todos los vicios”


LA MODERNIDAD

            A partir de la Revolución Industrial se multiplica la generación de bienes y aparece un creciente tiempo disponible fuera del trabajo para las grandes masas obreras. Ahora pautado y regulado por los propietarios de los medios de producción. También se reconoce una nueva significación: anteriormente el ocio tenía un sentido determinado, positivo –como en Grecia y Roma- o negativo –como en el puritanismo-. El  uso del tiempo tiene una valoración específica que otorga importancia al qué  hacer con ese tiempo disponible más que al tiempo en sí. Deberemos recordar que, según algunos autores, en la Edad Media, no menos de un tercio de los días del año eran no laborables, centralmente, por fiestas religiosas. Hoy, su reducción es altamente significativa.
            Nos acercamos a la concepción del ocio moderno: existe un tiempo residual que se sustrae del trabajo. Pero esa temporalidad no tiene tanto valor en sí misma como el que ha perdido –como valor- el trabajo. El producto de éste ya no le pertenece al que lo ha generado: ni material ni espiritualmente. Por tanto, lo que importa no es el ocio sino el no-trabajo, aquello que neutralice o compense la fatiga, el aburrimiento y la alienación. El trabajo ya no implica la acción creadora y única, el “opus”; se ha transformado en “labor”, lo repetitivo, cansador, forzoso, aburrido. El ser humano ha perdido su unicidad, aparece dividido, parcelado en compartimentos estancos. Y en esa división del trabajo forzada por el modelo productivo aparecen las llamadas “industrias del ocio”, digno colofón para negar a los hombres el acceso a su genuina libertad, ratificando su dependencia a la producción en vez de su inversa.


LA ALIENACIÓN

            “El hombre cuya vida se gasta en seguir simples operaciones y cuyos efectos son siempre los mismos, o casi los mismos, no tiene ocasión de ejercitar su raciocinio y de aplicar la propia capacidad inventiva, en escoger medios, en eliminar las dificultades que nunca se presentan. Es por esta razón que las masas laborales no pudiendo realizar su propia personalidad en la impersonal actividad de la producción, que es para ellos extraña, tratan su propia actividad en pro de aquello que a sus ojos aparece como el absoluto contrario en el reino de la imposición, o sea, la “actividad de paréntesis” de la masa que depende estrictamente del mismo mecanismo alienante, que es la otra cara de la medalla”[5]
            Un elemento de análisis al que debemos hacer referencia para intentar comprender el sentido del ocio y del tiempo libre es el fenómeno de la alienación: la despersonalización y cosificación del hombre, la pérdida de su humanidad. Tal pérdida, lamentablemente, se encuentra asimilada a lo cotidiano como si fuese una condición humana y no la resultante de una problemática social. Así, hablamos de la alienación de los medios de comunicación; la alienación del trabajo; la alienación del consumo; la alienación del tiempo libre; etc.
            Desde una visión idealista, como la de Hegel, la alienación consistiría no en un hecho objetivo resultante de las relaciones entre los hombres sino de su subjetivización. La alienación sería un fenómeno intelectual.
            Desde la óptica marxista, el territorio de los problemas se traslada desde la idea al campo de la economía. Lo que diferencia al hombre del resto de los seres vivos es el trabajo humano que modifica la naturaleza; al modificar el mundo exterior se modifica a sí mismo. A través de la producción material la naturaleza se humaniza, se transforma en obra y realidad humana.
            Pero aquí aparece el meollo del conflicto: la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción implica también la contradicción originada entre el desarrollo y enriquecimiento de la naturaleza humana por una parte, y por la otra, la sujeción y anulación de las fuerzas espirituales y morales del hombre en una estructura económica centrada en la propiedad privada y, como consecuencia, desigual. A través de esta noción de propiedad personal el hombre se objetiviza, se cosifica para sí y se transforma en un objeto extraño e inhumano. El hombre, como dueño de los objetos, encuentra en su posesión el sentido de la vida.
            En este punto, y siguiendo el sentido común, podríamos afirmar que el hombre se siente libre cuando no está trabajando, por lo que otorga a su tiempo de ocio una valoración de libertad que en modo alguno posee.
            La propia esencia del hombre se invierte: el trabajo alienado enseña al individuo que debe producir para vivir; así, el hombre convierte su esencia en un medio de existencia. Podríamos sobreagregar que en esta lucha por la existencia aliena la conciencia de su esencia, se encuentra imposibilitado de reconocerse como ser humano libre y se entrega, desarmado, a los artífices de la industria del ocio para encontrar placer y descanso.
            Así como el proceso de producción, el proceso de consumo también es alienado. Dice E. Fromm: “Consumir es esencialmente satisfacer fantasías artificialmente estimuladas, una creación de la fantasía ajena a nuestro ser real y concreto”[6]. Tales fantasías hacen que, a través de los aprendizajes generados por la sociedad del capitalismo salvaje, requiramos de cosas que no nos hacen a nosotros como personas concretas, sensibles, humanas, donde no participan nuestras necesidades reales ya que han tenido que ser adormecidas o eliminadas para que el mercado funcione; no participamos nosotros sino algo en lo que hemos sido transformado nosotros.
            Una de esas cosas que se “adquiere” como mercancía es el propio tiempo libre. Un tiempo en el que hay una acumulación de horas de inactividad –o de pasividad- aptas para ser consumidas, gastadas, sin más sentido que su propia anulación placentera.


LA NATURALEZA HUMANA

            Hemos señalado con insistencia al humano. Quizás sea el momento de caracterizar su esencia, aquello que lo diferencia de lo no humano.
            La diferencia específica entre el hombre y el animal consiste en la naturaleza intrínseca de cada uno. El animal “está” en la naturaleza, su integración es pasiva; es solamente una forma de esa naturaleza. Y aún en aquellos que la modifican –por ejemplo los castores- su acción es simplemente filogenética, instintiva, implica sólo un modo de supervivencia.
            Cuando el hominídeo adquiere la posición erecta; cuando mano, cerebro y lenguaje conjugados originan el pensamiento, el hombre comienza a ser tal: comienza a apropiarse de la naturaleza. Así, esa actividad fuera de sí mismo implicando intencionalidad y razón modifica la naturaleza y su propia naturaleza: esa es su historia. Y sólo el hombre tiene y construye historia.
            Tal naturaleza humana no es algo definitivo y acabado sino que es una historia. Es una naturaleza que siendo, que se va desarrollando, que se va construyendo.
            Y aquí el rol de la formación es primordial. Algunos educadores suelen suponer que su tarea consiste en “llenar” esa humanidad como si la naturaleza del humano fuese un principio formal, cerrado, inmutable, ahistórico. Afirman que deben generar conocimientos, técnicas, destrezas; y a esas habilidades la llaman “libertad”, “libre elección”. De este modo, lamentablemente, repiten formas humanas que cada vez se alejan más de la verdadera libertad, de su ser libre.
            Aquellos que nos abocamos al campo de la educación –y en particular de la educación para el tiempo libre- deberemos comprender que la naturaleza humana es producto de la conjunción dialéctica de la evolución biológica y de los cambios históricos; su construirse es una autoconstrucción social[7]. Por lo tanto, nuestro rol deberá consistir en proporcionar el ámbito, los estímulos y las condiciones para el mejor desarrollo de esa construcción, generar el aprender a aprender, pasar de la pedagogía de la respuesta a la pedagogía de la pregunta: no responder lo que nadie preguntó sino formar para que cada uno se pueda preguntar y así construir-se. Brindar la posibilidad que el otro pueda ser protagonista, artífice de su propia naturaleza. Proporcionar los instrumentos para superar la alienación y construir su tiempo libre, su libertad en el tiempo. En síntesis, educar para la autonomía y no para la dependencia


OCIO Y TIEMPO LIBRE I

            Entre los especialistas de estos temas se suele partir de la consideración que el ocio es la oposición a las obligaciones, en particular las del trabajo. Y en esta dicotomía que no considera la naturaleza humana y que ratifica la alienación, el ocio entendido como el conjunto de las actividades realizadas en el presunto tiempo libre, sale perdidoso. Lo que se ofrece es un tiempo residual, compensatorio, reequilibrador y de ínfima valoración social.
            Se acepta que el trabajo –y las demás obligaciones- es mucho más importante que el tiempo de no-trabajo denominado tiempo libre. Y es considerado más valioso independientemente de su carácter y cualquiera sea la relación del hombre con él. Y entonces podemos interrogarnos: ¿para qué?, ¿cuál es el sentido del ocio?
            El sociólogo francés J. Dumazedier, quizás la mayor autoridad en el tema, afirma que el ocio cumple tres funciones:
                        . El descanso: como reposo reparador y como liberación psicológica de las obligaciones;
                        . La diversión: como antítesis de la rutina y la monotonía;
                        . El desarrollo (intelectual, artístico y físico): se opone a los estereotipos y a las limitaciones laborales.
            El mismo autor señala que esas funciones implican una compensación a las obligaciones cotidianas. En realidad, así entendidas, esas tres funciones sólo neutralizan las consecuencias no deseadas producidas por el cumplimiento de las obligaciones y sólo a través de la última podemos ingresar al ámbito de la libertad. ¿No será quizás que debemos replantearnos esas obligaciones y su carácter para que el ocio pueda ser autónomo? El eje del análisis de Dumazedier pasa por estar obligado o no estarlo; pero, ¿esto es así?
            En principio podemos afirmar que ese espacio temporal, no obligatorio es, más que tiempo libre, tiempo liberado de obligaciones externas. Y, a menos que consideremos que la libertad consiste en estar exento de obligaciones, lo único que podemos señalar es que estamos libres DE algo. No deberemos confundir el estar permitido (loisirs) con el estar siendo libre.
            Ante la existencia real de ese tiempo liberado aparece un sinnúmero de ofertas como las de los medios de comunicación masivos, el bar, el club, los juegos, el cine, etc. El individuo que se aboca a ellas, ¿lo hace libremente o el nivel de condicionamiento social se le exige? ¿O hay una síntesis de ambos? Más aún, ¿acaso no es factible que, en general, más que protagonista de su decisión de participar y de la propia participación, sea un espectador de lo que hacen los otros? Y si esas actividades a las que adhiere de buen grado son importantes, ¿importantes para qué?; ¿importantes para quién? A modo de ejemplificación, podemos señalar que la práctica deportiva no se ha incrementado significativamente pero sí se ha multiplicado geométricamente la posibilidad de “ver” como otros hacen deportes.


¿LIBERTAD O PERMISO?

            Al hablar de tiempo libre estamos haciendo referencia a un valor muy caro desde lo individual mas no así desde lo social. Pero hay, además, una noción no suficientemente discutida, analizada y, sobre todo, concientemente vivida, como es el tema de la libertad.
            En lo que sigue, intencionalmente, se han dejado de lado muchas consideraciones filosóficas en aras de una conceptualización eminentemente operativa.
            Se la suele concebir como un estado por el cual estamos en posibilidad de hacer –o no hacer-. Para algunos, ésta sería la denominada libertad contingente o de indiferencia, elemento necesario pero no suficiente para el acceso a la libertad plena. Para otros, lo expuesto constituiría un ejercicio de la voluntad pero no de la libertad.
            Frente a lo señalado es necesario formular algunas consideraciones:
            . La libertad no es un estado, no es algo dado por alguien. No es fija e inmutable. En todo caso, esto puede ser el enfoque desde lo legalmente aceptable, la libertad política, en la cual el estado fija los límites y la calidad de la participación de los ciudadanos. La libertad es una adquisición permanente, no una dádiva.
            . La libertad no es la posibilidad de su ejercicio sino la conciencia y la acción concreta. La posibilidad supone poder hacer lo permitido –por algo o alguien- lo que de ninguna manera implica la igualdad de las personas para poder hacerlo. La acción permitida, para lograrse, ejecutarse, depende de múltiples variables no siempre comunes: acceso a la cultura, nivel socioeconómico, edad, sexo, lugar de residencia, etc.  Si esto es así, podemos acordar en que la libertad no puede consistir en que alguien o algo nos permita o no nos obligue a hacer algo. A nadie se le prohibe comer todos los días o tener su propio techo; pero su concreción es limitada por infinitos factores.
            . Es un proceso –al igual que la naturaleza humana- que se genera constantemente y se ejecuta sobre la realidad, realidad que incluye al propio ejecutor. Si el trabajo tiene como finalidad modificar la naturaleza para ponerla al servicio del hombre, para liberarlo de necesidades materiales, la libertad tiene como fin modificar al propio hombre, ratificar y perfeccionar la naturaleza humana a través de su acción como protagonista y no como mero espectador de las posibilidades ofrecidas. El desarrollo de la libertad constituiría el desarrollo de la historicidad, calidad de acción exclusiva del humano.
            . Es un aprendizaje que supone toma de posición (valoración): pasar de la conciencia de reflejo –o falsa conciencia según T. Adorno- a la conciencia crítica –al decir de P. Freire-. A continuación de la gnosia, su praxis, su acción concreta y modificadora de la realidad. Esta praxis puede estar constituida por un cambio efectivo sobre esa realidad, un cambio de actitud ante ella o un  pensamiento sobre ella.
            . Si bien estamos haciendo referencia a la libertad de cada individuo, tal libertad supone una relación permanente con los otros que la condicionan pero no la determinan. Toda libertad es condicionada, depende de nuestra historia y de los aprendizajes vividos. El grado en que superemos –o nos apropiemos- esas condiciones y nos hagamos cargo de sus resultados será nuestro grado de libertad. Nadie elige su sexo, su familia, su idioma, si llueve o no, las costumbres cotidianas, etc., pero puede elegirlos desde la libertad.
            . La libertad se opone a la necesidad. No a aquellas necesidades mínimas, elementales o de superviviencia comunes a cualquier ser vivo. Hablar de libertad en sectores carentes de los mínimos derechos humanos es una burla a la inteligencia. La resolución de la necesidad específicamente humana, su anulación, es la libertad. Pero esas necesidades deben ser autocreadas, propias, legítimas; de lo contrario estaríamos en territorio de la alienación como, por ejemplo, las necesidades de consumo. El medio en el que vivimos tiende a generar, como modo de control social, falsas necesidades (o cuasinecesidades) de las que deberemos liberarnos para acceder a la verdadera libertad.
            . El trabajo necesario no es libre. El no-trabajo, tiempo supuestamente libre, en tanto debe anular los efectos nocivos de su antecesor –cansancio, aburrimiento, rutina-, tampoco lo es. El tiempo de libertad será tal cuando no sea necesario. El recreo escolar es un buen ejemplo: no es libre, es necesario para superar la carga de aburrimiento o cansancio de la hora de clase anterior; por el contrario, si la asignatura fue trabajada en forma interesante, creativa, autogestiva, el recreo deja de ser necesario. ¿No deberíamos, en el futuro, tender a lograr tiempos libres de trabajo y tiempos de trabajo libre?
            . Si la libertad es un proceso, tiene grados desde lo más necesario a lo más libre. Podríamos afirmar que la conducta libre se caracteriza por el predominio de la obligación interior así como la conducta necesaria por la obligación exterior. El eje de la libertad, entonces y a diferencia de lo planteado por Dumazedier, no es que me permitan sino que yo me permita  -y me exija- a partir de mi conciencia crítica.


OCIO Y TIEMPO LIBRE II

            Siguiendo a Erich Fromm[8], debemos señalar que la libertad se desarrolla en tanto exista el par dialéctico libertad de y libertad para. Esto es, debo estar liberado de algo en la realidad para poder entonces liberarme para algo en la realidad. En su acepción común, la libertad suele ser concebida, como veíamos, por su aspecto negativo: estar libre de algo. Deberemos pensar en su concepto afirmativo: liberarme en algo o para algo.
            Es entonces que podemos entender las conductas cotidianas como dándose en un continuo desde la necesidad hasta la “libertad para”, pasando  por el estar “libre de”. Y, entonces, el hombre no es libre sino que estará siendo más o menos libre en cada momento de su existencia, según su carga de acciones autónomas.
            También entonces podemos reconocer un tiempo libre de las necesidades y obligaciones de la realidad y un tiempo libre para la libertad plena como ejercicio efectivo sobre la realidad. En su acepción común, parecería que por tiempo libre se entiende sólo el primero, al que F. Munné [9] denomina tiempo libre bruto, a diferencia del segundo o tiempo libre neto.
            Este tiempo libre bruto tendría como función anular los efectos generados por el desarrollo de las obligaciones exteriores –heterocondicionamientos- y dejar abierta la posibilidad de desarrollar necesidades autogeneradas –autocondicionamientos- Pero este avance en el proceso hacia el mayor grado de libertad no es automático. Debe ser desarrollado con el concurso de los agentes sociales como, por ejemplo, los educadores, los animadores socioculturales, los recreólogos, etc. Claro que su accionar se vería interferido por las grandes corporaciones económicas que encontrarían diluídas sus ganancias como consecuencia de una diferente posición –toma de conciencia- por parte de los “consumidores”. Quizás sea éste el desafío. La libertad plena será “un tiempo de libertad para la libertad”[10]
            Ahora podremos acordar que el tiempo libre no se opone a las obligaciones, cualesquiera que fueran. La diferencia es que el eje de análisis ha pasado de la obligación exterior a la obligación interior, a la necesidad autocreada. Ya no es válido contraponer tiempo ocupado u obligatorio a tiempo libre, sino tiempo condicionado exteriormente (necesario) a tiempo condicionado interiormente (tiempo libre). Por ello, esta visión legaliza la existencia de trabajos (obligaciones) libres así como puede entenderse que tiempos supuestamente libres son sólo compensadores o consumistas.
            Entonces, el problema de análisis no es el ocio –la actividad- sino el tiempo libre –la libertad-. El ocio se transformará en tiempo libre en tanto predomine la obligación interior por sobre los condicionamientos exteriores, neutralizando primero y superando después la alienación. El proceso para su logro deberá contener la concientización, la autogestión, el protagonismo y el compromiso personal y social.
            Quizás sea este el momento en que aquellos preocupados por el destino del hombre se interroguen acerca de por qué desde niño se enfatiza la formación para el tiempo de obligaciones exteriores en desmedro de su educación para todo el tiempo, esencialmente el del ejercicio pleno de su libertad.
            Quizás también sea esta la instancia para que los científicos sociales nos preguntemos menos por el qué se hace y nos aboquemos más al por qué y para qué se hace. Aquellos que nos interroguemos, ¿lo haremos en nuestro tiempo libre?






Lic. Pablo  A. Waichman
Buenos Aires – República Argentina  




[1]  S. De Grazia. “Tiempo, trabajo y ocio”, Madrid, Tecnos, 1966
[2]  J. Pieper. “El ocio y la vida intelectual”, Madrid, Rialp, 1983
[3]  T. Veblen. “Teoría de la clase ociosa”, México, FCE, 1974
[4]  A. Donini. “Historia de las religiones”, Buenos Aires, Futuro, 1961
[5]  G. Totti. “Il tempo libero”, Roma, Einaudi, 1961
[6]  E. Fromm. “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea”, Buenos Aires, Paidós, 1970
[7]  Para mayor abundancia puede consultarse del autor: “Tiempo libre y recreación. Un desafío pedagógico”, Buenos Aires, Ed. PW, 1993. Hay versión en portugués: “Tempo livre e recreaçao”, Campinas, Papirus, 1998.
[8]  E. Fromm. “El miedo a la libertad”, Buenos Aires, Paidós, 1961
[9]  F. Munné. “Psicosociología del tiempo libre”, México, Trillas, 1985
[10] F. Munné. Op. cit.

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